miércoles, 20 de julio de 2011

Hábitos de Lectura



¿Recuerdas cuál era aquél cuento que te encantaba escuchar antes de dormir? ¿Recuerdas cuál era aquel cuento que cada vez que lo escuchabas te imaginabas protagonista de esas historias?

La mayoría de la gente que forma parte de mi generación (¡Oh dios!) hemos crecido acompañados de Caperucita, el Patito Feo, el travieso Peter Pan, y la malvada Úrsula. Muchas de esas historias eran tristes, otras divertidas, otras románticas, otras tristes… pero todas con una finalidad: enseñanza moral.

Los cuentos son los primeros modelos de vida adulta que tenemos fuera de nuestra familia y entorno. En las historias del cuento el niño se siente identificado con otras historias, acercándose así a esas experiencias. Muchas veces, incluso, sirven para que el niño tenga una visión del mundo más segura y optimista, ya que en ellos el bien siempre triunfa, y el ser bueno siempre es recompensado.

En resumen, los cuentos proveen a los más pequeños de una mirada paralela a su mundo diario, donde la realidad se filtra para trasmitir valores e ideales.

Cuando abandonamos por un momento nuestras obligaciones y responsabilidades para leer un cuento a un niño, estamos dando el siguiente mensaje: “Eres importante, te mereces la atención merecida”. Es indudable que, ante este mensaje, el niño vive un aumento de su autoestima, se siente querido, respetado y valorado. Sabe que es alguien importante en esa familia, y que estarán ahí para ayudarlo. Además, leer cuentos a un niño fortalece la comunicación entre éste y el adulto, mejorando la relación y el vínculo afectivo.

“El niño que lee, abre ventanas a la vida que no van a abrir nunca muchos de sus compañeros. Gana conocimientos, pero también inquietudes”, dijo el catedrático Salvador Gutiérrez Ordóñez.
En una realidad donde toma ventaja la violencia, el acoso escolar, la falta de respeto a los mayores, y la mentira e insulto sobre la información y la tolerancia, el niño encuentra en los libros un modelo con el que comparar, y sacar conclusiones.

Los cuentos enseñan a los niños a conocer, reconocer y controlar sus sentimientos y emociones. Gracias a estos mensajes, el niño aprende a tener un comportamiento adecuado con aquellos que le rodean. Las razones para leer cuentos son incontables: despiertan la imaginación del pequeño, refuerzan hábitos de observación y exploración, le enseñan ortografía y amplían su vocabulario, facilitan la expresión oral, el aprendizaje, la actitud de escucha y la atención al diálogo, además, el niño se divierte viajando entre estos dos mundos: realidad y fantasía. Todo esto, además, facilitará que el día de mañana el niño o niña sea un gran lector.
Cómo lograr que sea un gran lector:

• Eres su mejor ejemplo: Los niños siempre intentan imitar lo que hacen sus padres, por eso el mejor ejemplo es el tuyo.

• Empieza pronto: Cuanto antes, mejor. Incluso siendo un bebé, el tiempo que le dedicas mientras lees un cuento es bien aprovechado.

• ¿Quién debe leerlos? Cualquier persona en la que el niño tenga confianza: abuelos, tíos, primos o incluso hermanos mayores, amigos de los padres, etc.

• ¿Cómo leerlos? Una buena manera es poniendo énfasis en los momentos de mayor emoción. Que pueda ver que tú también disfrutas de la historia.

• ¿Cuál es el mejor momento? Siempre. Pero hazlo en una situación relajada, íntima. No tengas prisa, ya que es un momento para compartir con el pequeño. Si esto lo haces antes de dormir, mejor, facilitará un sueño profunda, tranquilo y relajado para el niño.

• Participación: Es importante. Tal vez le surjan dudas sobre el cuento, te hará preguntas y exigirá respuestas. Debes atender a sus necesidades, y poco a poco, ayudar a que sea él quien responda a sus propias preguntas.

ÓSCAR BLÁZQUEZ
FUENTE

Cómo animar a los jóvenes a descubrir el libro



A pesar de lo que podía parecer, el continuo crecimiento escolar en Europa no ha traído consigo un "boom" de lectores. Se supone que quien estudia en la universidad leerá más. No es así en Francia: entre la población de 20 a 24 años, las compras de libros tienden, año tras año, a decrecer. Quizá es que el libro está muy caro -en realidad, no más caro que otros muchos productos-, pero no es eso. Tampoco se va mucho a las bibliotecas para solicitar libros en préstamo. Casi todos los bibliotecarios dicen lo mismo: la gente, sobre todo la gente joven, acude a las bibliotecas, pero para estudiar los propios libros de texto o los apuntes.

Una obligación desagradable

Hay quienes no pueden creerse todos esto. Sobre todo algunos padres. ¿Acaso no están los colegios mejor que nunca y los educadores muy concientizados de la conveniencia de la lectura? Punto importante, que conviene aclarar: no es que no exijan la lectura en los centros de enseñanza. Al contrario: se hace más que nunca. Pero esa exigencia, en lugar de convertir el leer en algo agradable, lo hace molesto. Consecuencia: cada vez encuentran los estudiantes más dificultades para entender cualquier libro. Por no hablar de manejar la bibliografía, de acudir a las fuentes. De eso, casi nada. Se lee el libro que hay que leer, utilitariamente para el examen. Queda como de otro planeta eso de encontrar placer en la lectura, de enfrascarse en el libro, de no poderlo dejar... Según un estudio realizado para el Ministerio de Cultura (15.000 entrevistas a ciudadanos mayores de 18 años), el 63% de los españoles no compra ningún libro al año. En el 17% de los hogares no hay ni un solo libro. La media, por hogar, es de 145. Dedica algún tiempo a la lectura el 56% de la población. El 42 no lee jamás, ni por una urgencia, ni una vez al año.

Quejas de las bibliotecas

Para que se vea que la homogeneidad de la cultura es hoy un hecho -de la cultura en sentido antropológico- compárese el dato anterior con el que ha hecho público la industria editorial norteamericana, según refiere The Economist: el 60% de los hogares norteamericanos no compra ni siguiera un libro al año. Un estudio de 1894 descubrió que un tercio de los adultos norteamericanos es incapaz de leer por encima del nivel de un alumno de 14 años. Y el porcentaje de quienes pueden leer, pero -de hecho- no leen nunca, llega al 40%. Esta crisis de lectura se nota también en las bibliotecas, según señala The Economist (7-III-92) a propósito del Reino Unido. Había sido siempre un país de bibliotecas públicas, y aún existen 4.783, con un préstamo de diez libros al año por persona. Pero la gente empieza a leer menos. Vista la menor eficacia, reciben menos financiación. Lo cual repercute en una oferta peor. Que incrementa el número de los que dejan la complicada tarea de leer. Un caso más del círculo vicioso. El mal es general y el diagnóstico casi siempre el mismo: una especie de desgano, como de incapacidad para mantener el hábito de recorrer con los ojos un texto impreso. La escolaridad ha aumentado en todas partes. En muchos países está escolarizado el cien por cien de la población hasta los 16 años. Por lo menos diez años del mejor tiempo de la vida para poder aficionarse a leer. Y, sin embargo, no.

La influencia familiar

No hay más remedio que preguntarse por las causas. Nunca, como desde hace treinta o veinte años, según los países, los sistemas escolares han hecho hincapié en la lectura. Nunca como hoy la lectura ha sido tan obligatoria. Pero ahí está ya parte del problema: nunca ha sido más teórica. El libro se hace cosa escolar, tarea. Al mismo tiempo el niño o la niña no ven leer a sus padres. Los mayores, se sabe, ven más de lo que leen; ven televisión. Una vez más, la familia es el principal lugar para el aprendizaje de hábitos. Aprender a leer es, antes que nada, ver leer. El niño imita siempre. El aprendizaje, sobre todo en los primeros años, es imitación. No es extraño que cuando la familia, por lo que sea, no funciona, fallen también los hábitos de lectura, después de otras muchas cosas importantes. En el Reino Unido, la fundación Nacional para la Investigación Educativa realizó entre 1987 y 1991 una encuesta a 2.170 niños de siete y ocho años, en 61 escuelas. "Los resultados apoyaron la conclusión de que se ha producido un descenso en el rendimiento general". Ese descenso se nota más, añade, en las familias que están a cargo de uno solo de los padres. Ese es uno de los factores. Otro, ya muy conocido, es el exceso de televisión. Aunque no se tenga habitualmente en cuenta, leer es también un asunto manual; hay formas mejores que otras de tener el libro entre las manos, de cuidarlo, de guardarlo. Al ver televisión, las manos se acostumbran a no hacer nada, salvo alimentar, mediante el zapping, la propia cantera de imágenes, Un buen lector de libros, llega a tener al lado lápiz y papel, la televisión hace innecesario todo esto.

Inteligencia en la escuela

En algunos colegios se está enfocando el aprendizaje de la lectura de un modo menos escolar y más inteligente. No se trata de que los alumnos lean -y menos de que simulen que han leído- sino de que lleguen a descubrir por su cuenta el libro. Por su cuenta, después de una callada orientación.

En la historia de la humanidad, antes del libro está la narración oral, el contador de historias. Poca gente, si hay alguna, es insensible a la narración de historias. El cuento, antes que impreso, está en los labios. Muchos libros pueden ser empezados por los maestros y, cuando la atención ha prendido, continuados por los alumnos, ya en la lectura. Y no sólo en la enseñanza primaria. Lo mismo puede y quizá debe hacerse en el bachillerato.

No es buen síntoma tampoco hacer en el aula un elogio cultural del libro. Estos elogios, realizados con la mejor intención, suelen ser contraproducentes en la mayoría de los alumnos. El libro tiene que entrar casi como un juego, como un tesoro escondido. Nadie va pregonando un tesoro escondido. Hay que señalar pistas, como quien no quiere la cosa, para que cada uno lo encuentre. Como en la isla del tesoro, de Stevenson, que no en vano es siempre uno de los preferidos.

La propia lista

Tampoco parece un buen sistema elaborar listas de libros imprescindibles. Y por la misma razón: parece algo ajeno, impuesto. Sin duda alguna, es posible hacer listas de los mejores libros, pero cada uno de ellos ha de ser encontrado como si se acabase de escribir. Los niños y los jóvenes, por lo general, reaccionan en contra de la pedantería cultural, incluso cuando no saben lo que eso es. No se trata de leer a ultranza o de leer por leer, sino de redescubrir lo valioso que ha sido hecho por alguien.

Por eso no importa que a veces se empiece por libros que estén de moda o que sean triviales, con tal que no se trate de pura basura ortográfica, sintáctica o moral. Se empieza por lo trivial, se adquiere el hábito de leer y luego se continúa, quizá, hasta llegar a disfrutar de la Ilíada, y no en versión adaptada.

En la lectura ha mucho de hábito, y de hábito corporal, que no hay que espantar con discursos pseudoculturales. El lector de libros, hasta los 100 años, es un descubridor, un aventurero.

Un libro medianamente bueno implica, en su autor, muchos años de lectura; el uso de una tradición lingüística y cultural que es objetiva, que se hereda, no se fabrica. El lector habitual va almacenando mucho más de lo que él se imagina. La metáfora del tesoro de la memoria, por gatada que esté, se refiere a algo real.

Más importancia en la lectura

Si esto es así, y parece que sí, el gusto por e libro sólo puede ser transmitido por verdaderos gustadores de libros. Y no es eso lo que ocurre en muchas familias -a juzgar por lo que gastan en libros- ni, lo que tal vez es más grave, en algunos profesores. No sería tan difícil poner ejemplos de profesores que no leen más que el libro de texto. O de profesores que piensan que lo de transmitir el gusto por la lectura es algo específico de los profesores de lengua y literatura, pero no de ellos, que son de matemáticas o dibujo.

El libro no es un asunto de letras. El libro ha sido hasta ahora, y desde hace muchos siglos, el vehículo de la transmisión cultural. Una cosa es no hacer una apología superficial y en el fondo perjudicial del libro y otra es dejar esa labor indirecta e inteligente sólo a los encargados de enseñar la ortografía y la sintaxis.

Es un poco hipócrita quejarse de la disminución de los hábitos de lectura y a la vez reducir cada vez más la importancia de las humanidades en la enseñanza. Reducir en la práctica, porque hay un discurso teórico que reconoce la validez de esa tradición humanística pero que, a la hora de destinar fondos, se decanta por potenciar los idiomas modernos o la informática. El gusto por el lenguaje propio acaba naturalmente en el gusto por su literatura, no es un asunto de letras, es la misma espina dorsal de cualquier instrucción.

Como dice el viejo proverbio, el valle se defiende en el bosque. Si no se cuida el bosque, la erosión alcanzará finalmente a todo. El libro, el gusto por la lectura, se defiende en un atento y cuidadoso esmero en el leguaje. En definitiva, hablar y escribir de cualquier manera son incomparables con leer. Esa es la clave esencial.


Por Rafael Gómez Pérez
Tomado de Nueva Lectura

lunes, 18 de julio de 2011

El proceso de enseñanza-aprendizaje

Es cierto que todos y cada uno de nosotros vamos aprendiendo o adquiriendo destrezas y cualidades a lo largo de la vida, pero muchas veces estas se las asocia a la etapa infantil y adolescencia, puesto que la energía y dinamismo de los niños y jóvenes les permite desenvolverse con tal facilidad y por ende aprender aquello que ven, escuchan, sienten, etc. Pero ¿acaso este proceso termina en algún momento?, esta es una gran pregunta ya que en muchas ocasiones es muy popular la frase ¡yo ya estoy viejo o vieja para eso!, ¡se me hace difícil entender!, entre otras tantas que he escuchado pero la pregunta que se me ocurre en este momento es ¿son ciertas tales comentarios?, ¿será mas difícil aprender para los adultos que para los jóvenes?

Bueno antes que nada este fragmento lo escribo con un fin pedagógico, no es algo psicológico soy maestra de primaria y llevo trabajando mucho tiempo con niñas de escuela, este articulo está relacionado con mi propio proceso de enseñanza aprendizaje, dentro del cual me auto examino y considero algunos aspectos de mi como maestra que también sigo aprendiendo, volviendo al tema; sería un poco complicado determinar las respuestas puesto que habría una gran variedad de criterios desde aquellas que apoyan un sí rotundo, hasta aquellas que lo negarían absolutamente, entonces ¿quién mismo tiene la razón?, pues la razón la tenemos cada uno de nosotros que decidimos si hacemos algo o no, si consideramos que el esfuerzo merece la pena, o que el sacrificio será recompensado, desde mi punto de vista no podríamos comparar la energía y el dinamismo de un niño aunque este se distraiga fácilmente, con una persona adulta quienes muchas veces la rutina diaria debilitan ese deseo de continuar aprendiendo, entonces seria muy facil caer en lo antes mencionado.

Para finalizar les extiendo la invitación a seguir en este proceso y vallamos descubriendo tanto nuestras fortalezas como debilidades, siempre con el objetivo en mente de la superación y mejoramiento de aptitudes como maestros, alumnos y personas comprometidos con el bienestar del entorno natural y social.

Totty Vega Henriquez

PRESENTACION

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